Cuando pienso en las invasiones o las guerras en la Historia de la humanidad, lo que me suelo tener en la cabeza son los «movimientos a grandes rasgos». Por ejemplo, la conquista islámica de la Península Ibérica del 711 al 726 fue como una ola continua que barrió de sur a norte sin apenas detenerse. Y lo mismo la invasión francesa de 1808: las tropas napoleónicas avanzando imparables hasta Bailén, momento en el que empezaron a retroceder.
Por supuesto, soy consciente de que hacen falta estas abstracciones cuando quieres abarcar grandes períodos. A ver si no cuánto tardas en dar el temario de Historia, o cuándo durarían documentales o vídeos como éste:
Sin embargo, estos procesos nunca fueron tan lineales. Cuando bajas al detalle pasa como cuando examinas las superficies lisas al microscopio: que están formadas en realidad por multitud de relieves. Y es que detrás de cada avance hubo pequeños retrocesos, victorias del oponente que consiguieron retrasar el progreso durante días, semanas o meses. Ahí están los ejemplos de la Mérida visigoda, que logró mantener ocupadas a las tropas de Tariq durante seis meses, o de la población granadina de La Peza, que consiguió poner en fuga a los franceses con un cañón que improvisaron a partir del tronco de una encina (y que les explotó).
Ambos casos fueron triunfos momentáneos que quedaron enterrados en los «grandes rasgos» de la Historia. Pero los que los consiguieron ¿sabían en ese momento que esto iba a ocurrir? ¿O pensaban que su victoria iba a ser el punto de inflexión que cambiaría el rumbo de su guerra?
Pues todo esto me rondaba la cabeza cuando este año comprobamos, asombrados, que no quedaba ni una velutina rondando por los campos del sur de Galicia que solemos visitar cada verano.
Los avispones asiáticos
Para los dulces niños del verano que tenéis la suerte de no tener ni idea de qué es una avispa velutina (y deseo de verdad que nunca las veáis por vuestras latitudes), un poco de contexto.
Las velutinas, o avispones asiáticos, son una especie que llegó a España desde Francia a principios de la década de los 2010. Desde entonces se han ido extendiendo por todo el norte de la península ibérica, comenzando por Navarra y colonizando año tras año otras comunidades de la cornisa cantábrica.
Hay reportes de que se empezaron a ver en Galicia por 2012, pero no fue hasta 2021, más o menos, que las vimos por la ribera del Miño. Como visitamos la zona de verano en verano, fue todo un impacto para nosotros ver «de pronto» (para nosotros) enjambres de estas cosas enormes pululando por la huerta de mi suegro.
Y es que, si ya te pone nervioso que te ronde cerca una avispa de las de toda la vida, imaginaos el numerito que montas cuando tienes cerca un bicharraco de estos, bastante más grande y con un zumbido perfectamente audible y amenazador…

… que, encima, lo normal es que no vayan solos, sino que haya cerca tres o cuatro más.
Afortunadamente, a día de hoy aún no nos ha picado ninguna. Pero el principal problema de las velutinas no es su picadura, aunque haya habido muertes. Lo que las convierte en una plaga peligrosa es que son muy depredadoras de las abejas. Vamos, que si ya tenían suficientes problemas a escala mundial, encima a las ibéricas les ha salido un superdepredador que se reproduce a una velocidad pasmosa.
El destrozo entre la población de melíferas ha sido tan serio que ha llegado a amenazar seriamente la polinización de cultivos de todo el norte de España. Incluso ha habido granjas de apicultores que han trasladado todas sus colmenas al sur, tratando de escapar del avance de esta horda devoradora y esperando salvar sus abejares algunos años más.
Por supuesto, ante tal invasión la gente no se ha quedado quieta y han intentado de todo desde el minuto uno: desde rejas para las colmenas, que hacen imposible entrar a los insectos que no sean de tamaño abeja, a diferentes trampas comerciales de todo tipo. Pero lo que acababa poniendo todo el mundo eran las «trampas de botella» caseras, que lamentablemente también capturaban otros insectos.
Afortunadamente, para el 2023 ya habían encontrado la mezcla que atraía exclusivamente a las invasoras, que luego no eran capaces de salir de la botella por el sitio por donde habían entrado y se acababan ahogando en el líquido. Y tal era el éxito de la fórmula, y tantísimas las velutinas que se atrapaban, que había que estar atento para vaciar las trampas de vez en cuando, porque si no las siguientes avispas sobrevivían sobre la montaña de cuerpos de habían superado el nivel del líquido.

Día tras día iban creciendo unos impresionantes montículos negros de cuerpos de velutinas bajo los perales y limoneros. Esto funcionó a este ritmo, sin aflojar ni un solo día, durante los quince días que estuvimos allí, y supongo que se extendería durante todo el verano. Si a esto le añadimos que cada vecino tenía sus tres o cuatro trampas similares en sus tierras, por toda la comarca… no puedo ni imaginar la escala que tuvo que alcanzar el trampeo ese año.
Y sin embargo, pese a la extensión de aquella escabechina, tenía asumido que la velutina había venido para quedarse. Así que supongo que ahora os explicaréis por qué nos quedamos tan asombrados este año, viendo que no quedaba ni una sola ni por los campos ni en las trampas.
¿El punto de inflexión?
En un país en el que asistimos al avance imparable de especies invasoras como el mosquito tigre o la cotorra argentina, me parece verdaderamente alucinante que se haya conseguido con las velutinas en esa parte de Galicia. Es verdad que esta amenaza es bastante más seria a nivel económico que las otras dos, y por eso se han puesto muchísimos más medios para controlarla.
Pero ¿será una victoria definitiva? ¿O será uno de esos triunfos de los que hablaba al principio, que nadie recordará cuando se estudie cómo se extendió el avispón asiático por toda la Península?
Es verdad que el trampeo masivo del año pasado y la campaña de detección y eliminación de nidos durante la primavera han tenido que tener impacto, pero es que este año también ha ayudado la meteorología. La primavera de 2024 fue especialmente lluviosa y fría, matando las reinas cuando estaban construyendo los nidos. Y claro, en un período de cambio climático y calentamiento global, supongo que esto no va a volver a ocurrir muy a menudo.
Así que, si me preguntáis, diría que estoy al 90% seguro de que lo de este año ha sido algo transitorio. Ya veremos el verano que viene.
Por cierto, como nota curiosa, me ha flipado enterarme de que los insectos de aquí ¡están aprendiendo a defenderse!. Los abejorros gallegos han desarrollado una maniobra para deshacerse de su ataque, en plan judoka, mientras que algunas abejas autóctonas han empezado a ejecutar una técnica que ya emplean las abejas asiáticas: apiñarse sobre la velutina atacante y subir su temperatura corporal.
Supongo que nada de eso servirá para rechazar a la invasora, pero me mola saber que los bichos de aquí no están dispuestos a extinguirse sin luchar.

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