Pues este puente he cumplido una vieja promesa que le hice a mi Reina y hemos estado dando vueltas por esa tierra tan extrema y tan dura, visitando dos de los enclaves más importantes de su geografía: Mérida y Cáceres.
A la primera debería dedicarles un par de entradas por lo menos, pero lamentablemente éste es un blog que funciona a base de impulsos, y ahora mismo el impulso me lleva a comentar lo de los palacios-fortaleza de Cáceres. Otra vez será.
En fin, como comprobaréis con un vistazo rápido a la Wikipedia, Cáceres fue conquistada a los moros en 1229 por Alfonso IX y repoblada con gente de otras partes de la Península. Desde entonces no hubo ningún ejército que volviera a amenazar sus murallas hasta el siglo XX.
Pues bien, en el siglo XIV prácticamente todas las casas nobles de Cáceres decidieron ponerse a levantar palacios fortificados dentro de las murallas de la ciudad. Y con «fortificados» no me refiero a unas rejas en las ventanas y unos simples portones reforzados, qué va. Hablo de plantas bajas con paredes de dos (2) metros de grosor, balcones con matacanes sobre las puertas principales y torres almenadas con aspilleras para disparar saetas sobre las calles y plazas aledañas. Al loro:

Torre del Palacio de Carvajal. La foto está hecha desde la puerta del palacio, que queda cubierta no sólo desde lo alto de la torre, sino por esa saetera que nos mira amenazante.

Palacio de los Golfines de Abajo: No sólo una torre, dos. Y la más alta con un matacán que controla un callejón estratégico.

Torre de los Espaderos, con ese matacán esquinero para derramar de todo menos golosinas y caramelos sobre dos calles adyacentes.
Casa del Sol. A ver quién es el guapo que intenta derribar esa puerta con ese matacán con aspilleras encima.
El Palacio de la Generala también tiene un hermoso matacán sobre la puerta principal, con una aspillera que cubre estratégicamente las escaleras de acceso.
Estos son sólo algunos de los muchos ejemplos visibles por todo el casco histórico. Pero ¿para qué fortificar tu casa cuando vives en una ciudad amurallada y a cientos de kilómetros del frente más cercano?
Pues porque el enemigo no está fuera de las murallas, sino dentro de ellas. Por lo visto las familias nobles que vivían allí se enfrentaban violentamente por las calles y con frecuencia, y motivos no faltaban: cuando no era por la disputa clásica de los dos bandos que se disputaban el control de la ciudad desde su liberación, era por la Primera Guerra civil Castellana o por la Guerra de Sucesión Castellana. Y viendo las fortificaciones que montaron no parece que los enfrentamientos fueran de cuatro mindundis tirando piedras contra los cristales o batiéndose por los callejones, es que tiene pinta de que aquello debían ser auténticas batallas campales con arietes y toda la pesca.

La cosa se terminó cuando Isabel la Católica finalmente sube al trono y decide pacificar la ciudad de una vez, redactando para ello unas Ordenanzas por las que la ciudad pasa a ser de propiedad Real, en lugar de ser libre como hasta entonces. De paso manda también «desmochar» (quitar todas las almenas) las torres de todas las casas nobles que no la habían apoyado frente a la Beltraneja, que fueron todas menos dos. Desde entonces a todos se les quitó la tontería y las cosas se calmaron bastante… aunque parece que no lo suficiente como para mandar sustituir las defensas por grandes cristaleras u otras cosas. Por si acaso, supongo.
Como bonus track, la guía que nos contó todas las movidas cacereñas aportó un dato que no conocía: resulta que, hasta que Carlos III no mandó sacarlos fuera de las ciudades, los cementerios en la Edad Media estaban en la iglesia o en un solar adyacente, pero dentro del casco urbano. Y no como en los módulos guiris, que siempre ponen los camposantos lejos de los pueblos. Así que… ¿y si estas defensas servían para mantener a raya no sólo a los vivos, sino también a las hordas de muertos que recorren las calles por la noche? 😀
Ahí lo dejo… pero después de todo esto, ¿no os resultan muy tristes las ciudades de fantasía en comparación? Porque a mí sí…







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