Pues sí. Hace poco que Fusa, también conocida por el blog como «mi Princesa«, cumplió los 18.
Y sus padres la seguimos queriendo muchísimo. Mucha gente agregaría en este punto aquello de «igual que el primer día». Pero eso no sólo habría sido una frase hecha (y cursi elevada a la enésima potencia). También habría sido una mentira. Y de las gordas.
Porque no se puede comparar aquello que sentimos su madre y yo cuando apareció en nuestras vidas aquel cachito de carne con ojos, con esto que sentimos hoy día. No es lo mismo aquella ternura y amor primarios que nos desbordaban por las orejas aquellos primeros años, que esta mezcla compleja de amor, orgullo, complicidad y admiración que sentimos cada día por esta chica hecha y derecha que sigue viviendo con nosotros.
Que sí, que seguimos con ganas de achucharla, pero lo dicho: nada que ver.
En cualquier caso, cumplir los 18 es un hito trascendental en este país. No hay ninguna otra edad así, que sea común para todos los españoles, que marquen tanto un antes y un después en la vida de una persona. Sí, puedes hacer un montón de cosas «de persona responsable» a partir de los 16, peeeero… el paso verdaderamente importante es alcanzar la mayoría de edad. Al menos a nivel legal.
Y sin embargo, a día de hoy las únicas diferencias que percibe Fusa con respecto a sus 17 es que ahora ya puede legalmente fumar, beber, ir al casino, ir a la cárcel, aprender a conducir y votar. Como dice ella, ninguna ventaja.
Y no le puedo quitar la razón. En lo esencial, su vida sigue siendo más o menos la misma que el año pasado. Que sí, que ahora va a la Universidad en lugar de al instituto, y que su círculo de amigos ha cambiado algo… pero al final sigue estudiando, sigue en el mismo cuarto de su casa con su familia y sigue con sus mismas aficiones. Mucho cambio no es.
El cambio gordo será cuando se vaya de casa, y no tiene pinta de que vaya a ocurrir mañana mismo. Tal vez en un par de años decida apuntarse a un intercambio con una universidad de otro país, o en cuatro quiera estudiar un máster fuera de nuestras fronteras y ya puestos quedarse allí. Quién sabe. Lo que está claro es que si se queda aquí, en España, tiene toda la pinta de que aún le quedarán otros 18 años para poder emanciparse y vivir por su cuenta. Pobrecita ella y toda su generación.
En fin.
En otro orden de cosas, como os imaginaréis ha sido inevitable echar la vista atrás, recorrer toooodos los cumpleaños que nos han llevado hasta éste… y contemplar cuánto hemos cambiado todos. Este sería el momento en el que se suele repetir otra frase hecha: «Ay, qué rápidos se pasan los años»… y, una vez más, tengo que volver a desmarcarme. No dudo de que haya a quien se le pasen volando dos décadas, pero no es mi caso.
Estos 18 años no se me han hecho cortos, pero tampoco largos. Han durado eso, años. Y sí, han sido trabajosos, con sacrificios y tantas renuncias que a estas alturas casi se nos han olvidado. Pero también han sido la mar de interesantes y enriquecedores, muy muy divertidos y tremendamente satisfactorios. Cada uno de esos años, individualmente… pero también cuando los contemplo en su conjunto.
Y encima todo el proceso ha resultado en una chica muy completa: inteligente, talentosa, buena persona, con una buena comunicación con sus padres y a la que no sólo no le da vergüenza acudir a una Japan Weekend con su familia, sino que encima lo disfruta. Y que repasa cada poco los vídeos y fotos de su infancia. Mal no lo ha debido pasar, jejeje.
¿Puede que la responsable de que nos haya salido así sea la genética? Puede. Pero no sólo 😉
Felicidades, hijita. Te queremos. Siempre.
En fin, habrá que ir pensando en cambiar la ilustración de la cabecera del blog…







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