Visitando Puy du Fou España

Pues hala, se acabó la pandemia.

O al menos eso es lo que han decretado CEOs de empresas y autoridades regionales, claro. Nosotros llevábamos un año y medio sin pisar restaurantes, bares o cualquier lugar de ocio donde no se pudiera mantener la distancia de seguridad. Y habríamos seguido así durante al menos un par de meses más, hasta asegurarnos del todo… pero nuestros empleadores no nos han dado opción. Nos obligan al 100% de presencialidad, a volver ya a los atascos y a las aglomeraciones. ¿Aquello de «el teletrabajo ha venido para quedarse»? Una bonita ilusión.

Ay de los incautos que se lo creyeron y han organizado su vida en consecuencia.

Al menos ahora tendrán una hora de ida y otra de vuelta para apreciar lo bien que se está en el pueblo al que se fueron a vivir.

Así que, ya que estamos condenados a pillar el bicho sí o sí, hace un par de findes decidimos que abandonaríamos cualquier esperanza por todo lo alto: yéndonos a pasar un día en Puy du Fou.

Lo teníamos en el radar prácticamente desde que se anunció su construcción en España. Supimos que estaba abierto desde antes de que apareciera en una prueba de exteriores de Masterchef, en enero de 2020… pero optamos por posponer la visita porque nos llegó el rumor de que aún había muchas cosas por construir.

Sin embargo, desde septiembre de este año hemos tenido una cantidad inusitada de compañeros de trabajo y amigos que lo han visitado. Gente de esa que no te cuadra como que les guste especialmente la Historia… y curiosamente todos volvían contando lo bien que lo habían pasado y lo mucho que merecía la pena ir.

Claro, esto me chocaba un poco con la idea que me había hecho sobre el sitio, que suponía que era algo en plan la Festa da Istoria de Ribadavia o el Mercado Cervantino de Alcalá de Henares, pero montado permanentemente. Es decir, algo que sabía que nosotros, frikis de la historia, íbamos a disfrutar a tope… pero ¿cómo es que también lo flipaban mis compañeros de trabajo? ¿Cómo lo habían montado para que los muggles salieran tan encantados? A lo mejor habían introducido algunas de las cosas que siempre he echado de menos en esos mercadillos: comparsas o figurantes interactuando con el personal, montando escenas improvisadas por el recorrido, o quizás una mayor profundidad en la recreación…

Lo curioso es que ninguno de los compañeros explicaba mucho más. Simplemente insistían en que El Sueño de Toledo era una pasada, pero que la visita estaba muy bien incluso sin ese espectáculo.

Así que nada, había que ir cuanto antes. Y desde entonces estuvimos revisando periódicamente la disponibilidad de entradas en la página oficial… pero las de El Sueño de Toledo estaban agotadas para todo lo que queda de 2021.

Bueno, pensándolo bien, tampoco nos importó demasiado. Queríamos ir a pasar un día completo allí y sabíamos que era un palizón, por lo que eso de aguantar hasta las 9 y pico de la noche con un PequePirata estaba descartado. Total, si ya sabíamos que no iba a ser nuestra última vez… ya volveríamos.

Y un jueves se presentó la ocasión. En la previsión del tiempo daban nubes y claros para el siguiente sábado en Toledo, con la temperatura perfecta para un socarral en mitad de la provincia, así que ¡al ataque! Pillamos las entradas en la web y decidimos llevar nuestros propios bocatas, que nos habían dicho que dejaban entrar con ellos. Ya veríamos allí, pero mejor tener opciones en nuestra primera toma de contacto.

Por la mañana

Puy du Fou abre a las 10:30 y desde Madrid se tarda una hora en llegar si es un sábado tempranito, con lo que tampoco hizo falta darse un gran madrugón. Además, llegar es muy fácil… iba a decir que incluso sin utilizar navegador, pero ¿quién no utiliza uno hoy en día? Desde que entras en la CM40 ya hay carteles indicándote la salida de Puy du Fou. Porque sí, tiene su propia salida, como el Parque de la Warner.

Al tomar la salida hubo un momento «oooohh» al divisar por primera vez el Castillo, que preside el recorrido a un muy bien organizado aparcamiento… en el que no hay una sola sombra. En plena meseta castellana. Menos mal que iban a hacer nubes y claros.

Desde el aparcamiento hay una gran y ancha bajada a pie hacia las taquillas de entrada, entre unos montecillos aún bastante pelados… y con ese Castillo a la vista, que desde el primer momento me cantaba un montón. Como veis en la foto, es demasiado el «cuatro muros con una torre en cada esquina» arquetípico. Ni torre del homenaje, ni matacanes, ni nada de nada… como si no hubieran querido currárselo para darle algo más de verosimilitud. Incluso llegué a pensar sería más cartón piedra que otra cosa, aunque luego comprobé que es de ladrillo bien sólido.

Durante esa bajada de medio kilómetro me dio tiempo a bajarme la app que iban anunciando por la megafonía. Muy aparente y bien hecha, pero, francamente, me parece que es más útil para antes de la visita que para durante la visita.

¿Un ejemplo? El apartado de los horarios es una línea de tiempo, similar a la que ya viene en los tradicionales papeles, pero no queda muy claro cuál es la hora exacta de las siguientes sesiones.

Esto también dice mucho y muy bien de esos papeles, por cierto. Al final molaba más consultar el mapa en el papel que sacar el móvil para ponerse a hurgar en la app.

Al doblar un recodo de esa gran bajada nos encontramos con los tornos de entrada, y, tras dejar que nos escanearan los códigos de las entradas que llevábamos en el móvil, nos encontramos en El Arrabal. Se trata de una zona de restaurantes y puestos de comida ubicada delante de una gran puerta mudéjar triple que sí que me pareció bastante bien recreada, mira tú por dónde. Después de recoger el mapa y los horarios, fuimos derechitos a la caseta de información a preguntar por una cosa que me habían chivado unos amigos (¡muchísimas gracias, maeses!): resulta que hay una búsqueda del tesoro por todo el parque. Nos dirigieron al Espartero de la Puebla, un puesto junto a la puerta del Castillo de Vivar… y allá que fuimos.

Cruzando la gran puerta triple (que luego descubrimos que se llama La Puerta del Sol) como si atravesáramos la muralla de una ciudad, pasamos a la Puebla Real, un grupo de casas de ese estilo que tienes en mente cuando piensas en «casa medieval». Están arracimadas en torno a una calle que desemboca en una gran plaza, al pie del Castillo, y contienen algunos restaurantes más, pero la mayoría son tiendas de regalos. Y no sólo los típicos regalos de cualquier parque de atracciones. También las clásicas cosas de mercadillo medieval: jabones, infusiones, marionetas, cosas de esparto, espadas de juguete y también de metal (a precios exorbitantes, claro)… todo muy bien ambientado.

La Puebla Real de Puy du Fou
Y nada de cartón piedra. Ni siquiera las corazas ni las lanzas que hay contra la pared.

Ésta es el área que me parece mejor recreada del parque, a pesar de ese Castillo tan artificial y de que falte una iglesia o similar… supongo que para no ofender sensibilidades de uno u otro sentido en estos tiempos que corren. Pero, aun así, da gusto darse una vuelta por allí y por el par de estrechas callejas secundarias que también tienen su encanto.

Encontramos el Espartero de la Puebla al lado de la puerta del Castillo, y allí recogimos la hoja de los Tesoros Escondidos. Como se ve, se trata de marcar los seis símbolos que vienen al final de la hoja, utilizando unas troqueladoras que están escondidas por todo el parque. Cada una tiene su propia cadena de pistas (no muchas, dos o tres como máximo) que te tienen de acá para allá… y que, aunque se supone que es para los peques, nos tuvo entretenidos a toda la familia.

Mientras hablábamos con el herrero (que fue el único que se animó a rolear un poco su papel), ya vimos que se amontonaba un montón de gente en la cola del espectáculo del Castillo. Un vistazo al horario de las actuaciones nos confirmó que a la misma hora habría otro espectáculo hacia el fondo del parque, y, conociendo la psicología de masas en los parques de atracciones, nos dirigimos hacia allí sabiendo que la gran mayoría intentaría quedarse en la primera que encontraran. Y vaya si funcionó. Entramos en el espectáculo de La Pluma y la Espada sin hacer cola ninguna y situándonos donde quisimos, que fue segunda fila.

Y allí comprendí por fin de qué iba todo esto. La principal razón por la que todos mis conocidos habían salido encantados era ésta: los espectáculos. Y, tal y como hicieron ellos conmigo, voy a intentar revelar lo mínimo imprescindible. Básicamente porque lo mejor fue que aquello nos pillara totalmente por sorpresa.

Fueron 30 apabullantes minutos llenos de acrobacias, cambios de escenario, y una banda sonora a la altura de una auténtica superproducción (para mi gusto, tirando demasiado a El Zorro). En fin, he visto cosas en teatro mucho más aburridas y menos curradas a un precio mucho más desorbitante. Cómo sería la cosa que muchos de nosotros salimos con los pelos como escarpias, alguna lagrimilla en los ojos y totalmente emocionados con la música y con lo que acabábamos de presenciar.

Claro, fue salir de allí y tener claro que teníamos que ir sí o sí hacia el Castillo, a hacer la cola del espectáculo que albergaba. Pero como aún había bastante tiempo (o eso pensábamos) hicimos por seguir las pistas de la Tizona del Cid y la Pluma de Lope, que estaban por la zona. La pista de la Pluma nos enviaba hacia otro lado del parque, así que decidimos centrarnos en encontrar la Tizona. Pasamos por algunos puestos aún cerrados de lo que debían ser escenas de El Vagar de los Siglos y, con alguna dificultad, ¡por fin encontramos nuestro primer sello!

Acto seguido enfilamos hacia el Castillo creyendo que aún no habría tanta cola, tanto por la hora como porque la mayoría de la gente ya lo habría visto. Nos equivocamos, claro.

La fila para aguardar la entrada al espectáculo del Castillo transcurre por uno de esos trazados vallados para comprimir la fila, con una techumbre para proteger del sol. Pues bien, todo eso estaba ya lleno y nos tocó esperar fuera, por la cuesta de bajada a los Alijares. Una cuesta que, por supuesto, estaba completamente expuesta a la solana. Y allí experimentamos nuestra primera aglomeración sin distancia de seguridad, con gente que se quitaba la mascarilla por el calor y todo eso. Vamos, justo lo que habíamos venido a abrazar. Lo cual, aunque esperado, no nos resultó especialmente tranquilizador, claro.

Pero bueno, menos mal que íbamos bien pertrechados con gorras, gafas de sol, picoteo y agua. Así se nos hizo menos dura la espera hasta que por fin empezó a moverse la fila. Tardamos otro cuarto de hora o así en llegar por fin a la entrada del Castillo y atravesar la puerta para asistir a El último cantar.

Y aquí tengo que hacer otra elipsis temporal para no estropear nada 😉. Sólo diré que aquí sí que se me saltó una lagrimilla… pero bueno, es que yo siempre he sido más medieval que del siglo XVII. Ah, y también que por fin entendí el por qué de la forma tan regular del Castillo.

Después de comer

Cuando salimos del Castillo ya era la hora del almuerzo y enfilamos hacia el aparcamiento a por nuestra comida. Por el camino pasamos por las callejas de la Puebla del Rey, abarrotadas con las mesas de los restaurantes de alrededor… y nos llamaron la atención las de El mesón del buen Yantar, que tenían encima unas copas metálicas muy aparentes.

Claro, luego hemos visto que se trata de «el mejor restaurante del parque, con precios acorde» (gracias a parquetematico.net, que también recoge hasta la carta) y eso lo explica todo. Pero aun así, no nos parece tan caro en comparación con los de otros parques como la Warner o Faunia… así que seguramente acabemos allí la próxima vez.

Es que es ver las copas de metal y las mesas de nogal, y en mi mente se me dispara esto.

Después de recibir el sello correspondiente en los tornos y de remontar a pleno sol el medio kilómetro de camino al aparcamiento (menos mal que no era un día demasiado caluroso), se nos quitaron las ganas de bajar con la comida a alguna de las mesas del Arrabal y acabamos comiendo en el coche. Desde luego, una muy buena medida de disuasión por parte del parque, sí señor.

Al volver retomamos el rastreo de las pistas de los Tesoros Escondidos. Sin embargo, al bajar hacia la Venta de Isidro nos encontramos con lo que, aparentemente, era una fila de reducido tamaño para el espectáculo de Allende la Mar Océana. Supusimos que el resto de los visitantes del parque aún estarían comiendo y nos apresuramos a hacer la fila, antes de que fuera demasiado tarde y llegara la marabunta de gente.

Allende la Mar Océana

Craso error. Fue la fila más larga que hicimos. Pero vamos, algunos compañeros de penurias nos comentaban que por la mañana la fila había estado ocupando toda la subida hasta el mismísimo Arrabal… así que ni tan mal. Esa fue la única ocasión en la que envidié a los de los Pases Emoción que nos adelantaban por la cola preferente.

Después de un tiempo que se nos hizo eterno, por fin atravesamos la entrada. Pero éste no era un espectáculo de sentarse, sino de ir atravesando una serie de salas. Un concepto similar a los del clásico Pasaje del Terror, sólo que en lugar de asustarte te van contando la historia del viaje de Colón al Nuevo Mundo.

Lo cierto es que el montaje está muy bien, con algunas salas mareantes de verdad. Nos habría encantado… si no fuera porque nos tocó soportar durante todo el trayecto un pestazo persistente a agua estancada que echaba para atrás. Pobres de los figurantes que tuvieron que estar ahí, encerrados. Pero bueno, al comentarlo con otros compañeros que fueron, a ninguno les pasó lo del mal olor, así que debió ser cosa de solo ese día.

Pasamos por la Venta de Isidro, nos tomamos un granizado en el Askar Andalusí y volvimos de nuevo hacia la zona del espectáculo de Lope… dejando de lado el espectáculo de la Cetrería de Reyes, que pensamos que sería como los vuelos de rapaces que tantas veces hemos visto en el Zoo o en Faunia. Algo de lo que nos arrepentimos a posteriori cuando supimos cómo era, claro. ¡Otra cosa más para ver en la siguiente visita!.

Y hablando de cosas que nos dejamos para otro día, resulta que al final sólo conseguimos cuatro de los seis símbolos de los Tesoros Escondidos. Dejamos la búsqueda tras el atasco de la troqueladora del símbolo de la Pluma, que se quedó trabada con nuestro papel dentro. Menos mal que uno de los visitantes llevaba una herramienta multiuso con la que la consiguió desbloquearla, que si no hubiéramos acabado la visita con mal sabor de boca.

Acabamos la jornada rondando por la Puebla Real, visitando las tiendas y planteándonos si quedarnos hasta el anochecer para ver la iluminación nocturna… pero estábamos realmente reventados y nos quedaba una hora de carretera de vuelta, así que decidimos que era mejor ponerle punto final a un día tan intenso.

En conclusión

Sin haber visto El Sueño de Toledo. Sin haber disfrutado de la Cetrería de Reyes, ni ninguna de las escenas de El Vagar de los Siglos. Sin haber comido en ninguno de los sitios del parque. Habiéndonos dado un palizón de andar a pleno sol, y soportado una fila interminable.

Y así y todo, lo pasamos en grande y salimos completamente enamorados del concepto, recomendándolo a nuestros conocidos y escuchando una y otra vez esa magnífica banda sonora (de la que no nos cansamos). Y con muchísimas ganas de volver, incluso aunque sigamos sin entradas para El Sueño de Toledo.

Así de tocados nos ha dejado… y eso que el parque ¡aún está en construcción! Porque tal y como está previsto en el proyecto, de aquí a 2028 aún queda por añadir un espectáculo de caballos al aire libre, un coliseo romano y un último espectáculo de interior del que aún no ha trascendido mucho, junto con otra zona más de mercadillo. Vamos, que si lo hemos flipado con lo que hay ahora mismo, dentro de poco habrá que irse planteando muy seriamente lo del pase anual.

Y ojo, que eso es lo que hay proyectado. Dejan la puerta abierta a más ampliaciones si los números acompañan. Pero claro, uno mira de reojo el cartel del parque francés y ¿cómo no soñar con todo lo que aún se puede hacer? Porque vale, lo de la Hispania romana va a llegar, pero ¿a que molaría algo con los iberos? ¿O sobre Alfonso X, Velázquez, Blas de Lezo o Bernardo de Gálvez? A mí me encantaría algo incluso del Empecinado, aunque siendo los dueños franceses y tal… igual no les mola. 😉

Por cierto, que durante toda la visita nos estuvo escociendo que hayan tenido que venir los franceses a explotar la historia de nuestro país de esta manera. ¿Cómo es que esto no lo ha puesto en marcha alguna compañía de aquí? Aunque bueno, hablándolo luego con la familia, casi es mejor que haya sido una iniciativa extranjera. Fijo que una empresa nacional habría tenido que afrontar presiones para «colorear» cada espectáculo en función de la administración ante la que se presentara con el proyecto. Y, francamente, tal y está ahora mismo, está muy bien así.

En fin. No sé cuántas veces lo habré mencionado ya, pero desde luego que volveremos. Y tiene toda la pinta de que no será una sola vez, e incluso que no será para un solo día. Con lo que molan los hoteles de Toledo…

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