Vaya, dos posts seguidos sobre niños. Supongo que será la primera pero no la última vez…
El fin de semana pasado asistí con mi Reina y mi Princesa a una de esas reuniones que tienen lugar cuando ya tienes una cierta edad y los amigos de la antigüedad también. Todo lleno de críos. Las conversaciones ya sólo giran en torno a ellos: que si fulanita no come nada, que si menganito está hecho un troglodita, etc etc. De vez en cuando se escapa algún tópico respecto a las últimas tecnologías o al fútbol, pero son la excepción.
El caso es que muchas veces no sabes qué hacer respecto a los hijos de los demás que ya tienen suficiente edad para hablar y corretear. Lo que hace la mayoría es saludarles cuando llegan y cuando se van, pero el resto del tiempo pasar de ellos. Los padres les dejan a todos en una mesa y también tratan de pasar de ellos… tanto tiempo como éstos les dejen, claro.
Yo normalmente trato de hablar con ellos en ese período entre saludo y despedida, hacerles alguna gracia o un chiste, o algo. Los niños tienen puntos de vista muy divertidos sobre prácticamente cualquier cosa, y me encanta saber qué es lo que ven en la tele, a qué juegan en el cole, etc etc.
Sin embargo hay algunos que interpretan este gesto como una forma de ponerte a su nivel, y piensan que pueden tratarte como a cualquier otro niño. Esto no es malo si su actitud «por defecto» es amistosa, pero hay niños cuya actitud (y más cuando se ven como «machos alfa» de la manada de críos presente) es de desdén o incluso de falta de respeto absoluta. Y entonces se ven escenas lamentables de criajas de tres añitos escupiendo a un adulto entre risitas, porque éso es lo último en diversión que se lleva en el patio de su guardería.
Fijo que también te parecerá gracioso cuando dentro de diez añitos te dé una paliza por mirarle mal. ¿A que sí?
¿Y qué haces ante estos comportamientos? Uno de los adultos que fue recibido de esta manera se limitó a mirar a las niñas con cara de cabreo. Otro directamente llamó la atención a los padres, pero de buen rollo, que todos somos amigos. ¿La respuesta de los padres? «Oye, eso no se hace» y hala, de vuelta a lo suyo.
A mí este tipo de comportamientos me indignan. Luego nos llevamos las manos a la cabeza cuando los chavales les pegan a los profesores o queman indigentes en los cajeros. Si llega a ser mi Princesa, la cojo inmediatamente, la llevo aparte, le echo la bronca y la obligo a pedirle perdón al adulto. Como mínimo. Pero claro, eso no lo puedo hacer con otros niños. ¿Quién soy yo para ello?. A mí tampoco me gustaría que otro reprendiera a mi Princesa.
Sin embargo tampoco se puede quedar uno de brazos cruzados y consentir estas faltas de respeto, sean mis hijos o no. ¿Qué hacer entonces? Pues, como decía Yaya Ceravieja, usar la «Cabezología».
Fui hacia las criajas, sonriéndolas y preguntándoles qué tal, y fui también blanco de salivazos y risitas. Entonces me acerqué a ellas, serio y mirándolas a los ojos, y les dije… «Sé cosas de mucho miedo… ¿queréis que os las cuente?». Impagable ver cómo se les congelaron las risillas y se apretaban unas contra otras.
Y es que a esas edades tempranas aún funciona el miedo supersticioso. Teniendo en cuenta la cantidad de Manuales de Monstruos y de historias de terror que he leído, creo que tengo material suficiente para algunas buenas pesadillas infantiles. Así que a la primera que vea que vuelven a las andadas, sus padres van a pasar alguna noche de insomnio que otra.
Mi primer candidato para ser «lo que habita bajo tu cama que sale cuando se apaga la luz»
Mira por dónde, mi frikismo resulta que tiene más usos de los que sospechaba…
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