El año pasado, durante una de las clásicas conversaciones post-comida de la SGRI, el maestro Roberto Alhambra comentó de pasada lo mucho que le había ayudado para sus siguientes novelas el haber asistido a un taller literario. Desde entonces me quedé con el gusanillo de apuntarme a uno. Principalmente por ver si me facilitaba el escribir por aquí, pero también por si me animaba a desempolvar todos esos conatos de historias que tengo en varias carpetas virtuales y que nunca termino.
Durante una temporada estuve mirando por internet algunos talleres de pago, sin animarme a dar el paso, cuando de pronto me enteré de que daban uno gratuito en la biblioteca que tengo cerca de casa, la José Saramago. Y ¿qué mejor manera de probar de qué va esto antes de empeñar pasta de verdad?
Pues había que firmar en una lista de espera con unas diez o quince personas delante de mí. Me acabaron llamaron en marzo, cuando el taller llevaba dos meses funcionando, y desde entonces hasta el 8 de junio estuve yendo un par de horitas cada lunes por la tarde. Aún no sé si lo retomaremos en octubre o si habrá que volver a apuntarse y montar un nuevo grupo… ya veremos.
Lo cierto es que en estos tres meses no ha habido un solo día que fuera igual que el anterior. No sólo por las actividades en sí, que también, sino porque desde que entré prácticamente cada día desertaba un compañero y lo sustituía otro. Y por si fuera poco, allá por abril también cambió el profesor.
Curiosamente, el cambio de docente no varió demasiado la metodología del taller, así que me huelo que no debe haber tantas formas distintas de plantear una actividad de estas. Para que os hagáis una idea, las dos horas de clase se dividían a grandes rasgos de la siguiente manera:
- Lectura de un texto o relato, para comentarlo entre los asistentes y que el profesor lo analice a continuación.
- Teoría sobre distintos aspectos de la literatura.
- Lectura de los relatos de los alumnos sobre un tema que el profesor propuso en la anterior sesión. Los demás compañeros y el profesor los van comentando.
Los profesores
Luego cada profesor tiene su estilo, por supuesto. El primero que tuvimos, José Luis Dacal, impartía la parte de teoría como si fuéramos una auténtica clase universitaria de Literatura Comparada, con abundancia de terminología avanzada, y sus requisitos para los relatos que teníamos que traer al día siguiente eran muy laxos: que tocaran un concepto que elegía él (a veces parecía inventado sobre la marcha) y que no superaran un folio de extensión.
Por ejemplo, un día el tema fue simplemente “Maleable o moldeable”. Y con esos mimbres perpetré esto:
Ohivá, que no le puse título… pues era «Cosquillas».
Lo reconozco, era una gamberrada 😛 Por un lado quería abusar adrede del plateamiento “que cada lector se monte su película” (os lo explico un poco más adelante), y por otro me apetecía reivindicar Dungeons & Dragons y Gerónimo Stilton como inspiraciones tan válidas como Cortázar y Mrożek.
Mis compañeros se quedaron a cuadros (normal), y alabaron la originalidad y el humor. Pero el profesor me puso una pega importante: no podría considerarse un “relato” propiamente dicho porque no hay un conflicto dramático suficientemente importante. Es decir, los obstáculos que el informe protagonista va encontrándose en su camino no son “conflictos” porque se sortean con facilidad, sin que el personaje llegue siquiera a plantearse dejar la búsqueda. Pues mira, justo este tipo de críticas es una de las cosas que buscaba cuando me apunté a esto.
Con el segundo profesor, Rubén Muñoz, íbamos más al grano en la parte teórica, y los «deberes» del día siguiente tenían requisitos dirigidos a practicar la teoría. Claro, Rubén viene de impartir los talleres literarios de El Electrobardo y se notaba que nos estaba impartiendo la versión demo… y no sólo porque todos los días mencionara las bondades de su taller online ????, es que se veía mucho curro detrás del contenido de las clases y el material que nos facilitaba. Además, con él tuvimos que leernos y comentar dos libros, que fueron El Gran Gatsby y Matadero Cinco (¡hola, Tatiana! *guiño guiño*)
Por poner un ejemplo de lo que hicimos durante este «período», uno de los ejercicios fue escribir un microrrelato de 100 palabras. Éste fue el primero que terminé:
Para siempre
—Buenos días, cariño. Vaya día tienes hoy —dijo Ana. —Después del trabajo tienes que pasarte por casa, hacer la merienda de los niños y correr a recogerlos.
—Sí, cariño. —suspirando, Alexei tomó el paño, empapado en el líquido, y se acercó a ella.
— ¿Y cuándo vas a comer? Tienes que cuidarte, cielo, no pueden ser bocadillos todos los días…
—No te preocupes, ya me apañaré —no pudo evitar una lágrima y la besó. —Hasta luego, cariño —y aplicó firmemente el paño sobre su rostro.
Cuando apartó el paño, ella seguía allí, sonriente. Y el cristal brillaba impoluto.
¿Qué os habéis imaginado? ¿Qué está pasando? ¿Qué ocurre al final? Pues ahí está la gracia: cada persona que lo ha leído me ha dicho una cosa distinta. Y ésa era la intención. Por eso me lo pasé pipa recortando, afinando el sentido de cada palabra, de cada frase, dándolo a leer, reajustándolo de nuevo para cuadrar exactamente las 100 palabras… un proceso realmente divertido que produce la satisfacción inmediata de obtener un relato terminado. Con esa longitud, así cualquiera 😛
Así que supongo que no os extrañará que me pusiera a escribir otro, esta vez más rolero:
Las puertas del infierno
Dio un poderoso tirón. El eslabón de la cadena cedió y el corsario rodó, evitando la larga lengua. El ser que taponaba el pozo gorgoteó, frustrado. Román corrió hacia la salida. El ser lanzó su lengua de nuevo, que se retorció con la luz de las antorchas.
—¡Ajá! ¡Ya sé cómo acabar contigo, demonio!
El ser ardió con la antorcha, derrumbando en su agonía grandes trozos de la pirámide. El corsario, despanzurrado, sonrió triunfante: el suyo sería el último sacrificio.
Las innumerables cosas que salieron del pozo leyeron su mente y rieron mientras se diseminaban por la selva nocturna.
Éste es bastante más sencillote, sin cuádruples intenciones y lleno de acción. Pero el proceso de afinación de las palabras, recorte, etc. siguió siendo igualmente divertido. Supongo que me lo pasé tan bien porque, a fin de cuentas, es lo mismo que hago con las entradas del blog, pero con resultados más inmediatos.
Los compañeros
Son la otra pata en un taller de estas características, ya que de ellos depende en gran medida el ambiente de las sesiones. A mí me tocó una clase que raramente bajaba de 10 alumnos por sesión, con un rango de edades que oscilaba entre los treintaytantos y los taytantos, y cuyas procedencias personales y preferencias literarias no podían ser más diversas. Así de primeras suena a polvorín a punto de explotar, ¿no?
Pues en absoluto. Pocas veces he visto un grupo tan variado que fuera además tan tolerante y tan respetuoso con las preferencias de los demás. Lo cual favorecía no sólo un buen ambiente que permitía irse de cervezas después, también me invitaba a probar esas gamberradas literarias ante una audiencia tan dispar (lo cual me parece que es una oportunidad que no tiene precio :-P) y además me permitía apreciar y tomar notas de los estilos, los enfoques y los recursos que mis compañeros empleaban para afrontar el mismo ejercicio.
Por ahí me dicen que las cosas no son tan de color de rosa en otros talleres, así que soy consciente de que he tenido una suerte loca con los compañeros que me han tocado. Qué paciencia han tenido conmigo… ¡un saludo para todos desde aquí!
Impresiones y resultados
Y dicho todo esto, ¿ha cumplido el taller mis expectativas? Pues por una parte no… y por otra sí, incluso las ha excedido.
El «no» es para mis expectativas de mejorar mi método de escritura. Lo que hago siempre (como en este mismo artículo) es apuntar las ideas principales, luego desarrollarlas en frases completas, y por último ir ordenando, reordenando y corrigiendo para que el flujo de lectura sea un «camino» ameno y más o menos comprensible. Esto funciona muy bien para artículos o escritos cortos, pero lleva tanto tiempo que ni me lo planteo para escribir textos más largos, no digamos ya una novela. Sospecho que es el mismo método que sigue Rothfuss, por ejemplo, que le está costando echarle décadas a cada libro. Perezón…
Por eso mi esperanza era que aquí me enseñaran técnicas para escribir «de corrido», de forma que no requiera tanto retoque. Pero los talleres no iban por ahí. Supongo que requeriría una atención bastante más exhaustiva por parte del docente, algo que no creo que puedan dedicarme en una clase gratuita con otros diez alumnos… tendré que mirar si El Electrobardo ofrece algún taller que apunte en esta dirección. (*guiño, guiño*)
El «Sí, incluso las ha excedido» es para todo lo demás. Estoy aprendiendo a estructurar mejor los relatos, a vigilar la ortotipografía, a dibujar personajes con mayor profundidad y a manipular y a engañar al lector, todo ello a base de teoría, ejercicios… y de leer autores que ni de coña se harían un hueco en mi lista de espera de lectura, copada por Sanderson y Leiber. Si no fuera por el taller nunca me habría dado por leer a Cortázar y su «todo vale en un relato», ni habría estudiado cómo Alice Munro retrata la complejidad de una mente femenina, ni habría averiguado jamás qué diantre significa realmente este relato de Tobías Wolff, ni, desde luego, habría visto en El Gran Gatsby otra cosa que no fuera un retrato de la aburrida y superficial alta sociedad neoyorkina de los años 20.
Y fue gracias a estos dos últimos que sufrí lo que me parece la revelación más importante que me brindó el taller: Que algunos relatos tienen significados ocultos, a veces varios, aparte del obvio. Seguro que algunos diréis «pues claro, melón». Pero un cosa es saber que hay un significado oculto, y otra muy distinta es saber formularlo. Ya me gustaría ver si sois capaces de descifrar ese relato de Tobías Wolff, o la cara que se os queda al mirar con ojos arcoiris el relato de Fidgerald, después de haberlo leído como la narrativa de siempre.
En fin. Digo que «sufrí» la revelación porque se me quedó una expresión de estupor que Rubén os puede contar mejor que yo 😛 Y es que, si bien es emocionante pensar que tal vez se escondan otros significados en los relatos que ya hemos disfrutado otras veces, hay dos aspectos que me molestan especialmente.
El primero es la implicación de que la «buena» literatura debe tener como mínimo dos o tres niveles de profundidad. Es decir, que tiene que poder verse desde varios puntos de vista y que todos tengan sentido. Esto para mí equivale a aún más trabajo: si ya me cuesta esbozar dos o tres párrafos del tirón, pues ahora encima tengo que pensar más significados, distintos y crípticos, e imbricarlos en la historia. Perezón máximo… si pretendo escribir «buena» literatura, claro ????
Y lo segundo, porque no estoy del todo seguro de que esos puntos de vista hayan sido puestos adrede por los autores. De hecho, una de mis preguntas recurrentes cuando llega el profesor y se saca uno de la manga, es «Pero ¿esto lo ha explicado el propio autor? ¿Alguien se lo ha preguntado y él lo ha confirmado?» La respuesta habitual es «No, pero aunque se lo preguntaras no te lo van a confirmar ni desmentir».
Y es que la actitud que hay detrás de todo esto es la que comentaba más arriba, la de «que cada lector se monte su película». Se prefieren los textos que dan los apoyos justos y que tengan huecos y dobles sentidos… y al tiempo se detestan los que «llevan de la manita al lector» para despejar cualquier duda sobre la intención o la visión del autor. El problema es que esto da lugar a lo que denomino la visión del sobrepensador, que también se da en el frikismo pero de otra manera. Se trata de examinar el texto buscando otras interpretaciones y utilizar cualquier detalle, por nimio que sea, para crearlas aunque no las haya. Y encima reclamando que también son interpretaciones legítimas si se pueden defender mínimamente.
Por poner un ejemplo, esta visión conspiranoica de los sucesos de la Guerra de las Galaxias:
para un friki es una obra maestra genialmente hilada y elaborada, pero sabe que no es lo que tenía George Lucas en mente cuando hizo sus películas. Para un sobrepensador literario, en cambio, se trata de una interpretación que es muy posible que Lucas dejara implícita, incluso aunque jamás la reconozca.
¿Cómo no va a desquiciarme esta actitud?
Así que mi forma de rebelarme fue llevarla al absurdo a través de los dos primeros relatos que os he puesto más arriba. Que son, mira por dónde, los que más elogios han recabado. ????
Pero bueno, he aprendido bastantes cosas más, aunque no sean tan chocantes o polémicas. El taller también me han enseñado que este blog sería la pesadilla de un diacrítico ortotipográfico, o que hay voces narrativas que aún no he visto en el género fantástico, más allá de la visión en primera persona y del narrador en tercera omnicisciente. Además me está obligando a escribir cosas, cortitas, y a afrontar los nervios de tener una audiencia que luego te comenta… aunque tengo que decir que son demasiado benévolos ???? . Y desde luego, también me ha enseñado a no leer tan diagonalmente la literatura y a mirar con otros ojos, más sospechosos, las entrelíneas. Lo cual es un poco… perder la inocencia.
En fin, menudo tochopost con enjundia me ha salido al final. Supongo que da una idea de lo productivo y enriquecedor que me ha resultado el taller. Y no soy el único, cómo será la cosa que mis compañeros siguen quedando todos los lunes para seguir creando relatos juntos, sin profe ni nada… ¡ojalá sigamos en octubre! Ah, y si algún día doy el paso y me lanzo a pagar los 30 euros al mes que pide El electrobardo… pues también os diré qué tal. ????
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