Bluey

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Pues sí. En medio de una edad de oro de las series de animación, con series tan alucinantes como El Asombroso mundo de Gumball, El mundo de Craig, Anfibilandia o Casa Búho… voy y le dedico una entrada a una serie australiana de perros antropomórficos que hacen cosas rutinarias del tipo ir a la compra en el súper, montar un mueble de Ikea, tratar de salir de casa para ir al parque o visitar a los abuelos.

Situaciones de lo más trepidante…

Y sin embargo, Bluey demuestra que incluso todo eso tan tedioso y cotidiano se puede convertir en algo lo suficientemente interesante como para montar todo un episodio de 9 minutos (y bastante entretenido) en torno a él. ¿La clave? Prestar un poquito de atención y un mínimo de esfuerzo para que cualquier momento en familia se convierta en algo para disfrutar… y recordar.

Que es, en cierto modo, lo mismo que me pasa a mí. Cada tarde perezosa en casa viendo una serie tonta o cada cena intercambiando curiosidades del día las disfruto casi tanto como el irnos de viaje, al cine o haciendo planes especiales. Será porque mi familia es muy divertida (que lo es), pero también es porque no puedo evitar pensar que cada momento con ellos, cada risa y cada pequeño detalle son únicos e irrepetibles… y los aprecio desde ese punto de vista.

Esto no quiere decir que no haya veces que esté cansado, molesto, vago o que prefiera estar un rato (o un par de horas) en mi mismidad. Claro que sí. Es sólo que, como les pasa a los padres de Bluey, le he encontrado el lado divertido a la vida familiar.

En esto la serie es toda una fuente de ideas. Ya me he apuntado dos o tres jueguecillos tontos, y no hay suspiro de exasperación de los padres que no comprenda perfectamente… pero resulta muy inspirador ver cómo se replantean lo que está pasando, se arman de paciencia y comprensión y vuelven a hablar con sus hijas para explicarles lo que sea. Y en esto es casi casi una guía para padres sobre cómo afrontar ciertos momentos de la mejor manera posible.

Pero, además, de vez en cuando la serie va y utiliza esa doble narrativa típica de Pixar de contar cosas que entretiene a los niños y que a los adultos nos arrasa emocionalmente. Ya he perdido la cuenta de las veces que no he podido contener las lágrimas viendo el final de A Dormir (2×09), o Montar Muebles (2×21) y su recorrido acelerado por la evolución, que acaba con una hija despidiéndose de su madre y ésta preguntándose «bueno, ¿y qué hago ahora?». Y cómo no identificarse con ese Abuelo (2×29) que se niega a quedarse en casa haciendo reposo, pese a lo que le han dicho los médicos… Crom, si hasta me estoy sonando mientras escribo esto.

Por todas esas razones no me cuesta mucho volver a ver un episodio cuando el PequePirata lo engancha en Disney channel, o se hace una nueva minimaratón en Disney+. No me viene mal un pequeño recordatorio de vez en cuando.

Quién lo iba a decir de una serie sobre perros antropomórficos que hacen cosas rutinarias…

4 COMENTARIOS

    • ¡Ese es, justo ése! Y mientras nosotros soltamos la(s) lágrima(s), el Pequepirata muerto de risa.

      Normal que le dieran un premio a ese capítulo a la mejor dirección.

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