Hace ya más de un año que me cambié a un nuevo departamento. Nuevos compañeros, nuevas tareas, el mismo sueldo… y tan exigente a nivel mental que cuando acaba el día me queda de creatividad lo justito para enchufarme un videojuego y pegar unos tiros.
Y claro, la primera víctima ha sido el blog. La sección de «borradores» está repleta de semillas de artículos que me miran, acusadores, esperando a que les dedique tiempo a terminar de martillearlos y darles la forma que necesitan para ser publicados… pero no puede ser. La mayoría son tan esclavos de su momento que a día de hoy ya no serían pertinentes.
Sin embargo, hay algunos que siguen siendo tan importantes que tengo que acabarlos ahora que estoy de vacaciones, aunque hayan sucedido hace casi tres meses. Por ejemplo, este importantísimo hito (roleplaying pun not intended) que fui relatando en Twitter allá por mayo:
Y así se adentró por fin mi Princesa en la obra fundacional de casi toda la fantasía que ha venido después. Ya había visitado la Tierra Media cuando se leyó El Hobbit hace unos meses, pero El Señor de los Anillos es otro estilo, otra magnitud. ¿Se le atragantaría, como le ha pasado a tantos adultos que conozco?
Pues en absoluto. Se bebió el primer libro, leyéndolo en el libro electrónico todas las noches que podía. Hasta se sorprendió cuando le preguntamos si no era aburrida tanta descripción. «Qué va, papá».
Y es verdad, ha pasado por otros libros en los que mueren personajes principales. Fijo que Canción de Hielo y Fuego no le causará el mismo impacto que a nosotros.
Incluso salió corriendo de su habitación para festejarlo con nosotros.
Si os fijáis en las fechas, se aprecia que se los acabó en apenas 15 días. Y creo que nunca olvidaré cuando apareció en el salón con el libro electrónico en alto, triunfante, y declaró «¡Es el mejor libro que he leído nunca!«.
Y no es una afirmación a la ligera, no. A sus nueve añitos ya se había leído todos los libros de Harry Potter, dos sagas de Percy Jackson y casi toda la obra de Enyd Blyton y Michael Ende. Entre muchas obras menores, claro. Así que tenía una base bastante sólida con la que comparar.
Pero ¿cómo ha llegado aquí tan pronto? ¿Cómo ha podido disfrutar así de unos libros que gente más talludita abandona en cuanto los comienza?
Su viaje como lectora
Pues creo que lo principal es que ha crecido en una casa donde hay muebles llenos de libros por doquier. Incluso en su cuarto ha tenido desde chiquitina una estantería llena de toda clase de cuentos, siempre a su alcance.
En cuanto empezó a leer le sacamos el carné de la biblioteca José Saramago, y descubrimos un tesoro: el fondo de cómics que tienen en la sección infantil es simplemente impresionante. Por casa pasaron un montón de tomos de Don Pato y Los Pitufos, que nosotros completamos con lo que teníamos de Johann y Pirluit, Asterix y Obélix,… y Bone, que en cierto modo le sirvió como aperitivo de la fantasía épica.
Y diría que su transición a los libros sin ilustraciones comenzó con Gerónimo Stilton y sus numerosas aventuras en el Reino de la Fantasía. No son libros baratos, precisamente, y para desesperación nuestra se los bebía en dos tardes. Pero estoy seguro de que esas páginas con tipografías raras y divertidas fueron la clave para acostumbrarla a leer grandes parrafadas sin dibujos, porque después le resultó fácil saltar a la colección de Princesas del Reino de la Fantasía (más conocidas en casa como «Princesas Moñas» 😛 ), que ya eran libros con todo texto.
A esas alturas fue cuando los Reyes Magos se apiadaron de nuestra economía y le trajeron su propio Kindle. Y menos mal, porque nada que ver el precio de los ebooks de las Crónicas del Reino de la Fantasía con el de las ediciones en físico, por poner sólo un ejemplo. Con él se ha devorado también la saga de Percy Jackson, pero Harry Potter, El Hobbit y prácticamente todo lo de Michael Ende ya los teníamos en nuestra biblioteca y ha podido disfrutarlos en físico.
Con todo ese historial a sus espaldas ya estaba preparada para abordar el origen de casi toda la fantasía que ha leído. Y cuanto más pronto lo hiciera, mejor, antes de que su imaginación quede «uniformada» por las películas de Peter Jackson, un fenómeno que ya me temía en su momento.
Algunos ya me habéis comentado que no os importa que vuestras imágenes mentales del Señor de los Anillos sean las de las películas. Vosotros veréis lo que hacéis con vuestros hijos 😛 . Yo prefiero fomentar la imaginación de los míos tanto como pueda, y me parece más interesante que ellos mismos creen sus propias imágenes de los personajes, los paisajes y los hechos partiendo de lo que dice el libro, no de lo visto en unas películas… que, por cierto, están recomendadas para mayores de 13 años.
En fin, objetivo cumplido. Incluso hizo para clase el diorama que veis en la portada. Pero eso sí, jamás lograré comprender por qué Pippin es su personaje favorito. Sí, sí, Pippin. Si hasta le compone canciones sobre el particular en Tomodachi Life…
Conclusiones
Por fin nuestra Princesa ya conoce nuestro mayor referente de nuestros gustos literarios. Y lo que mola es que ha llegado a él de forma tan natural… y tan temprana, lo cual tiene aún más valor en estos tiempos en los que se les hace bola a gente mucho más mayor que ella.
Por supuesto, su viaje a través de la literatura no tiene por qué dar el mismo resultado con otros niños. Ya os contaremos de aquí a seis años qué ha pasado con el Pequeño Bárbaro :-P. Pero bueno, es posible que podáis aprovechar alguna idea para vuestros propios hijos o sobrinos.
Y ahora el reto que nos queda es… ¿qué diantre va a leer ahora mi Princesa, cuando ya tiene más bagaje que cuando yo tenía 15 años? Porque vale, de momento he podido sortear parte del verano con Manolito Gafotas, las aventuras de Alcatraz Smedry del mismísimo Brandon Sanderson (que ya me hubiera gustado leerlo a mis 9 años… ¡qué manera de vacilarle al lector!) o las obras auténticas de Julio Verne (en lugar de las versiones abreviadas que se ha leído). Pero no creo que le duren mucho.
Me temo que al final tendrá que hacer como yo a su edad… releer. Que oye, tampoco está tan mal.
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