Cuántos cambios trae el instituto. Profesores diferentes y cambios de aula para cada asignatura, mochilas que pasan de los 7 kilos («papá, ir con trolley es de bebés») y horarios de salida totalmente incompatibles con los de cualquier jornada laboral.

Algunos chavales tendrán la suerte de contar con alguien que les espere en la puerta a las 2 de la tarde (abuelos, familiares en paro o con jornada reducida). La gran mayoría irán a casa de alguien, o llevarán encima las llaves de su propia casa y se quedarán solos el resto de la tarde. Pero en cualquier caso nos quedamos más tranquilos si sabemos que nuestros hijos nos pueden llamar o mandar un whatsapp si pasa algo. Así que todo se conjuga para que casi todos tengan ya un móvil a los 12 años, si no lo tenían ya antes.

A esta edad cruzan avenidas, llegan a casa sorteando las calles chungas del barrio y calientan cosas en el microondas sin que explote media casa. Pero por lo visto no ven ningún peligro en grabar y enseñar al mundo su casa, su habitación, sus amigos, su instituto o incluso ¡la clase mientras la profesora la está dando!.

Todo esto lo he contemplado en cuentas de Instagram y, sobre todo, de TikTok, la app-red social de moda entre los más jóvenes. Lo cierto es que nos encontramos con el fenómeno de casualidad, durante una fiesta de pijamas de mi Princesa. Ella vino indignada a decirnos que sus amigas habían estado haciendo vídeos para esta red social sacando nuestra casa, y que había discutido con ellas porque no les había dado ningún permiso para ello.

Fue entonces cuando mi Reina se bajó la app, se hizo una cuenta… y nos quedamos francamente alucinados. Porque desde los vídeos de la amiga fue saltando de comentario en comentario y fuimos descubriendo las cuentas ¡en abierto! de una gran cantidad de compañeras y compañeros del instituto.

Y oye, no digo que no pueda haber quienes tengan el visto bueno de sus padres, como lo tuvieron a tan temprana edad algunos de los Tiktokers españoles con más seguidores. Pero dudo que la mayoría de los padres vean bien que sus hijos se graben mientras se da una clase, que publiquen dónde se les puede encontrar sin apenas margen de error o que se muestren vestidos de según qué manera en su cuarto, haciendo playbacks y coreografías no muy propios de chavales de 12-13 años.

Puedo parecer un paranoico, pero incluso si dejo aparte el grooming (un peligro desgraciadamente real) vivimos en una época en el que las empresas rastrean los perfiles sociales de los candidatos a un trabajo. Cosas que se pusieron en Twitter hace décadas afectan carreras profesionales. ¿Quién sabe cómo afectarán las imágenes y vídeos que está subiendo ahora los preadolescentes a su futuro?

Así que no queda otra que ponerse las pilas y actualizarse. Aunque por más que uno lo intente hacer bien todo con sus hijos, nunca se sabe si los de los demás van a acabar sacándolos en los vídeos y fotos que publican tan alegremente en abierto.

En fin, criar hijos y protegerlos no ha sido sencillo en ninguna época. El trabajo sigue siendo el mismo: tratar de anticiparse a las consecuencias para guiarles en la mejor línea de acción… pero hoy día encima hay que hacerlo para la vida digital además de para la real. Para que aprendan a no exponerse en las redes del mismo modo que ya saben que no tienen que ir por según qué calles. Nos ha tocado lidiar con algo tan imprevisible como la red, y, nos guste o no, hay que estar al tanto de lo que se cuece en ella. Y francamente, es un trabajo que no se me ocurre delegar enteramente en profesores, institutos o colegios.

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